De pequeño siempre soñé con dos cosas: ser dependiente del Carrefour y poseer la elegancia de Andrea Pirlo. A medida que fui creciendo, la primera fantasía se apagó de un plumazo, ya que comprendí que su labor iba más allá de ir en patines por un establecimiento. Tras un primer golpe, dediqué mi infancia en cuerpo y alma al segundo objetivo, aunque supongo que ya sabéis cómo acabó. Quise nacer con la finura de Andrea para dedicaros goles, dar asistencias y fardar de melena. No tuve esa suerte, por ello me conformo con escribir.
En el césped, con un rostro serio y andares de quien sabe lo que hace, Andrea recitaba poemas en forma de pases. Sus desplazamientos en largo eran sexo telefónico y sus tiros libres un recordatorio de que la vida puede ser maravillosa. Tras la coraza de hombre de negocios con mujer, dos hijos y un golden retreiver, se escondía un niño con ganas de jugar al fútbol con sus amigos de toda la vida. Pirlo era un catedrático de la pelota. El más listo de la clase. Un niño prodigio. El hombre de la camiseta por dentro y la elegancia por fuera. Antes de recibir el balón ya sabía a quién se la iba a pasar, cómo iba a reaccionar el contrario y qué iba a cenar el árbitro. Los expertos le apodaron como el ‘Maestro’, ‘Director de orquesta’ y ‘Arquitecto’. Tras ganar el Mundial del 2006 y con una actuación de película del italiano, sus paisanos le empezaron a llamar ‘Campanilla’, por su magia y ligereza. Y es que después de ver a Andrea Pirlo, nadie nos puede convencer de que la magia no existe.
Primavera tras primavera, su fútbol iba cuesta arriba y sin frenos. Cada año te seducía más su pelo y su toque. Cada jugada suya llevaba el sello de contenido explícito incorporado. El filósofo Marco Tulio Cicerón decía: «Los hombres son como los vinos: la edad agría a los malos y mejora los buenos». Pirlo es como el buen vino. La única persona en la faz de la tierra que no le teme a la crisis de los 40, es más, la crisis de los 40 le teme a él.
En aquellos tiempos que deseé ser dependiente y a su vez Andrea Pirlo, también me aficioné a la música italiana. La canción de Sarà perché ti amo empezó a cobrar sentido cuando le vi jugar. Eros Ramazzotti compuso La cosa más bella al verle tirar las faltas y penaltis. Al Bano y Romina Power sacaron Felicità con sus pases al hueco y asistencias. Nicola Di Bari, entre llantos, escribió Amore ritorna a casa cuando decidió colgar las botas. Andrea Boccelli sacó Con te partirò porque, vayas donde vayas, yo iré contigo.