La canción de «Sarà perchè ti amo» empezó a cobrar sentido cuando le vi jugar. Eros Ramazzotti compuso «La cosa más bella» al verle tirar las faltas y penaltis. Al Bano y Romina Power sacaron «Felicità» con sus pases al hueco y asistencias. Nicola Di Bari, entre llantos, escribió «Amore ritorna a casa» cuando decidió colgar las botas. Andrea Boccelli sacó «Con te partirò» porque, vayas donde vayas, yo iré contigo. Andrea Pirlo, cuando el fútbol se convierte en arte.
Vida y obra
Flero, Brescia. 19 de mayo de 1979. Pocos sabían que había nacido una estrella. Con el 21 a la espalda, barba, melena, un venerado pie derecho y con la cara de quien sabe que tiene para elegir. El hombre que jugó a la PlayStation horas antes de ganar un Mundial. El de la panenka en aquella tanda de penaltis ante Inglaterra. El que rompió un récord tras ser nombrado tres veces consecutivas mejor jugador de la liga italiana.
Si os pregunto algo sobre arte, me responderéis con datos de todos los libros que se han escrito, pero nunca habéis visto a Pirlo acariciando una pelota. Si os pregunto por el amor, me citaréis un soneto, pero nunca le habéis visto besando una Copa del Mundo. Considerado por los academistas como el mejor director de orquesta italiano sobre el césped. El ’21’ dejó gestos, pases, goles, controles y detalles para el recuerdo.
Sus primeros pasos en el mundo del balompié los daría en su ciudad natal, Brescia. El jovencísimo Andrea ya dejaba destellos en las inferiores. Solo dos días después de cumplir 16 años debutaría en la Serie A; como no, un día 21, para los que no creen en el destino. El joven melenudo se convirtió en el jugador más joven en debutar en la liga italiana y estaba llamado a entrar en los anales de la historia del calcio.
Un paso atrás son dos adelante
Su carrera fue digna de novela. Pasó por los tres más grandes de Italia. Su primer paso de gigante, después de despuntar durante dos temporadas en el conjunto bresciano, fue el Inter de Milán. El conjunto nerrazzurro estaba plagado de estrellas y su protagonismo era escaso. No consiguió la titularidad, se fue cedido al Reggina y tiempo después volvió al Brescia. Esta ruleta de traspasos cambió el destino del maestro italiano.
Al llegar al club de su infancia, Andrea se encontró con Roberto Baggio, su competencia en la posición de media punta y por aquel entonces uno de los mejores jugadores del mundo. Su continuidad de minutos se veía peligrada. El veterano entrenador del Brescia, Carlo Mazzone, convirtió el problema en solución. Quería a Pirlo en el once titular y por ello le ofreció atrasar su posición a mediocentro. Este aceptó y todo lo demás es historia. El nacimiento del director de orquesta enamoró a todos los grandes, próximo destino… Milán.
Desfilaba en Milán
El paso al conjunto milanés fue la última tecla para la explosión del jugador. Con la llegada de Carlo Ancelotti todo cobró sentido y Andrea se convirtió en pieza fundamental del club. Se encargaba de hacer funcionar la sala de máquinas con la bola en posesión. A su lado, su mejor amigo dentro del campo, el temido Gennaro Gattuso. Uno ponía la pausa y calidad, el otro garra y recuperación. Con una plantilla repleta de jugones se vivió una de las mejores épocas rossoneras, sonaba «O sole mio» de Luciano Pavarotti cada vez que tocaban el balón. Ahí consiguió dos Copas de Europa y dos títulos de liga. Pirlo dio un paso de gigante y se convirtió en uno de los mejores centrocampistas del mundo.
Oro Mundial
Besar la Copa del Mundo es algo que muy pocos pueden decir. Andrea lo consiguió en 2006 siendo MVP en tres ocasiones, final incluida. El peso del destino de ese Mundial pasaba por sus hombros. Fue la piedra angular en una selección italiana plagada de ‘dieces’. Sus asistencias pusieron al equipo en boca de todos, dando una en la semifinal a Fabio Grosso y siendo decisivo en la finalísima poniéndole un balón con música a Materazzi para empatar el encuentro. En la tanda de penaltis hizo su trabajo y sin hacer mucho ruido entró en la historia del fútbol italiano. Al final tratar de no ser nadie es la única manera.
El último escalón
El ’21’ es como el buen vino. Cada temporada destacaba más que la anterior. Solo le faltaba dejarse la barba para ser la persona con más clase del planeta fútbol, y así lo hizo.
Su último paso por Italia desconcertó al panorama mundial. Pasó del Milán a la Juventus de Turín, club «enemigo» de los rossoneros. Le vendieron porque buscaban sangre joven, lo que no sabían es que a Andrea aún le quedaba su mejor versión. Allí disputo cuatro temporadas y tres de ellas fue galardonado mejor jugador de la Serie A. Si algún día piensas que eres mal previsor, acuérdate de lo que perdió el Milán.
A sus 36 años decidió partir hacia ‘La gran manzana’ para defender los colores del New York City y retirarse en paz, sabiendo que había ganado todo lo que un futbolista debe ganar.
Recuerdo cuando jugaba a fútbol con 11 años. Antes de los partidos mis compañeros ponían vídeos de Cristiano y Messi. Yo mientras sonaba de fondo la canción de «Gol» de Cali y El Dandee solo veía los de Pirlo. Intentaba jugar como él, vaya falta de respeto por mi parte.