Convivo en la delgada línea entre querer vivir el presente y anhelar con nostalgia el pasado. Leo libros y escucho pódcast para aprender a tener la mente en el ahora, pero la vida me pone la zancadilla cada vez que pienso en mi infancia. Siento una sensación extraña siempre que deseo volver a mi niñez, porque sé que es imposible reaparecer en aquella cálida tarde de verano del 2006, cuando mi padre y yo —durante la final del Mundial entre Alemania e Italia— nos reímos a carcajadas en el momento en que Andrés Montes dijo: “Imagínate que tu hija se presenta en casa con un chico que se llama Mertesacker”.
Andrés Montes marcó mi vida con sus narraciones. Su voz ronca, pausada e irónica, se convirtió en un lugar donde la vida empieza de nuevo. Tenía el extraordinario don de hacer feliz a la gente, una romántica proeza que pocos poseen. Vivió una vida pegada al micrófono. Su forma de narrar y transmitir era una carta de amor a la simpleza, pero su salto a la fama fue gracias a su ingenio a la hora de poner motes a los jugadores: ‘Tiburón’ Puyol, ‘Dulce’ Iniesta, ‘E.T’ Pau Gasol, ‘Aerolíneas’ Jordan, entre otros.
Los primeros pasos de Andrés Montes fueron narrando la NBA junto a su fiel amigo, Antoni Daimiel. Juntos combinaban mejor que el chocolate con caramelo salado. Contaban los partidos de madrugada en Canal+, alegrando las noches a miles de sonámbulos. La manera de relatar los partidos era icónica; mientras uno cantaba el triple de Vince Carter, el otro hilaba la jugada con diversos temas de la vida cotidiana: bodas, cine, música, las calabazas y chirimoyas de Granada, etc. Encontraron una manera de transmitir a la gente diferente a lo tradicional.
Su salto al salón de la fama fue en su paso por La Sexta, en aquella época en la que el fútbol lo retransmitían en abierto y los cromos no superaban los 50 céntimos. En cada partido con Andrés aprendías un vocabulario nuevo que utilizabas al día siguiente en el patio del colegio con tus amigos: “Tiki taka”, “jugón”, “¿dónde están las llaves, Salinas?”, “¿por qué todos los jugones sonríen igual?”… Era un diccionario interminable de frases sempiternas.
Andrés Montes nos dejó en el año 2009 a sus 53 años. Cuando fallece un comunicador, se marcha con él una lengua, pero en su caso, no hay día que su vocabulario no sea recordado. Andrés, gracias por hacernos ver que sí, que la vida puede ser maravillosa.