La historia de un ascenso

Derrota. La gente habla de ella con una facilidad pasmosa. Es un sentimiento amargo. A menudo, desgarrador e insoportable. Quien la toma como un método de aprendizaje es porque nunca ha llegado a clase de Matemáticas -sudando y con las rodillas llenas de sangre- habiendo perdido contra los del A. Borges decía que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. Mi madre siempre me ha intentado inculcar que dos pasos atrás son dos adelante. Ese día, mi profesora me dijo la famosa frase de «es solo fútbol» y que si había hecho los ejercicios del cuadernillo Rubio. Unos años más tarde, un 2-0 en Riazor me enseñó que en la vida siempre se pierde y lo importante que es ir a clase con los deberes hechos.

Caer es importante, después de tocar fondo todo tiende a subir. Te cambias de look, vas al gimnasio o te ilusionas cuando un bigotudo te dice: «En tres días nos vemos en Son Moix». La espera se hizo más eterna que un minuto de plancha abdominal, pero al final llegó la noche tan ansiada. El Mallorca tenía una cita con la historia. Remontar dos goles y volver a Primera División se veía un poco más factible dos horas antes del encuentro. Las calles se inundaban de camisetas rojas, humo de bengala y cánticos al unísono. El «Si se puede» se tatuaba en las gargantas bermellonas como una canción de verano. Nadie estaba preparado para lo que estaba a punto de ocurrir. 

23 de junio de 2019. Las pancartas de Sold Out llenaban los aledaños del estadio. No cabía ni un alfiler más en Son Moix. El camino a primera se abrió nada más empezar el encuentro con el tanto de Ante Budimir, que puso el delirio en la grada. Los sudores fríos empapaban a una afición que no dejó de alentar al equipo en ningún momento. Ya en la segunda mitad, Salva Sevilla posó el balón en el césped, enfocó la escuadra derecha del guardameta y colocó el balón con un disparo de cirujano en el fondo de las mallas para poner el empate en la eliminatoria. Y en el 81′ de partido llegó el gol de todos. Abdón inició la aventura en solitario. Le quedaba un disparo y se fue a la guerra sin recargar el cartucho. El ariete de Artá armó la pierna para pegarle con la zurda ante la incredulidad de todos. El bigotudo disparó y atinó en la escuadra par devolver al club de su vida a Primera División.

Un partido que siempre será recordado, como tu primer beso o el día que te enteraste que en la droguería no vendían droga. Aquel fatídico partido en Riazor supuso un antes y un después en la historia del club, demostrando que antes de ganar debes perder. Que antes de tocar el cielo debes haber habitado un tiempo en el infierno. Que siempre, al final del trayecto, se pierde más de lo que se gana. Por eso somos del Mallorca, en la vida cotidiana nos vemos reflejados en él. No ganamos siempre, pero el amor prevalece ante cualquier adversidad de la vida.

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